'Y
llegó un pensamiento,
una
pompa de pelusilla volante,
y
al reconocernos, viró a nuestro encuentro,
y
haciendo cabriolas pasó de mi mano a la de Paco,
y
se regocijó en volteretas para saludar también a mis hermanos,
subiendo
y bajando a su antojo, sobrevolando nuestras miradas,
y
al rozar nuestros dedos ascendía para hacer más escénica la señal.
Tras
una pausa, subió hasta volatilizarse, desapareciendo de pronto de
nuestras vidas'
Sin
embargo yo no hacía más que bajar. No podría decir cómo, pero a
trompicones con una velocidad atropellada, bajaba y bajaba entre
arroyuelos de piedras rodadas idénticas a las que tirabas al mar
para que saltaran saludando como sapos voladores. A cada rato un
golpe en los salientes de las rocas me recordaban que el descenso
no era agradable. Como en una torrentera cinética, cada vez tenía
la sensación más real de que iba escarbando la tierra como una
tuneladora entra por donde no hay entrada hasta salir por el otro
lado.
Cada
vez menos luz, cada vez más estrecheces y más golpes, a cada cual
con más furia. No tenía tiempo de mirar a mi alrededor porque no
había nada, ni encima ni debajo. Me adentraba por el interior de una
lombriz semitransparente opacada hacia abajo, cada vez a más
velocidad sobre mis pasos. A trompicones. Ahora era el sonido quien
se oscurecía haciéndolo cada vez más lejano, hasta que apareció
aquel recuerdo.
'El
viento embistió el ventanuco,
abriéndolo
bruscamente,
al
tiempo que la hermana gritaba:
Entra
!!!'
Y
entré en aquel espacio reducido, circular y oscuro como cae un
yunque desde una ventana hasta estrellarse contra el suelo. Por la
humedad se diría que era un pozo. En la semioscuridad que me
brindaba mi visión, seguí el único rayo de luz que bajaba de
arriba, pudiendo reconocer una salida por una angosta chimenea
circular empedrada con piedras rodadas como las que tirabas al mar
para que saltaran saludando como sapos voladores.
El
tamaño de aquel resquicio de luz era tan diminuto, que supuse que se
encontraba muy lejos, demasiado arriba para subir por allí. Y
entonces me dedique a reconocer aquella especie de celda de
aislamiento de un escaso metro de diámetro empedrada hasta un suelo,
que parecía ser de tierra. Cuando hinqué los dedos en ella pude
comprobar la frescura de los arroyos en los matices olorosos que
desprendía. Sentí la tierra mojada. El olor de tus macetas.
En
cuclillas, con las manos apretando la tierra tras mis piernas, sentí
la claustrofobia del espacio angosto. No podía moverme y mi posición
era muy poco dichosa. Saltaban las señales de alarma y la tensión
empezaba a subir y el corazón a latir imponiendo su ritmo a
cualquier otro sonido. Me concentré para no caer en la histeria. No
había otro sonido. Ahora me parecía estar en un ataúd vertical,
agachado en él sin poder levantarme, con las manos puestas sobre el
lumbar como cuando te esposa la policía. Empecé a reír con la idea
de que aún podía ser peor, si tras de mí hubiese un fuerza de
seguridad orgulloso de apretarlas hasta hacer daño. Pero no, mis
latidos me decían que podía estar enterrado vivo. Solo y vivo.
Respiré hondo y pensé en algo agradable. No estaba esposado.
'Ahora
veo la fortaleza del lobo solitario en tu vida,
tu
bolsa negra de pequeños viajes en el suelo,
vacía
y sola, arrinconada.'
Me
acordé de las pequeñas lombrices que salvabas de caer en un anzuelo
metiéndolas en tus macetas. Recuerdo que antes de depositarlas, las
mirabas en un primer plano como se revolvían entre tus dedos de
gigante. Lejos de martirizarlas les decías que ellas habían nacido
para hacer galerías, que por las galerías se accede a las cavidades
oxigenadas y que en ellas cuando hay vida siempre hay raíces. Tus
plantas brillaban salud.
Semiadormilado
por la falta de oxigeno no empecé a discernir lo que parecía el
sonido de un objeto cayendo por un pozo, chocándose con las paredes
en su caída, con un toc, toc, toc cada vez más cercano,
descompasado, hasta que su cercanía me decía que podía ser algo
grande, con un eco asonante que le seguía a mayor velocidad. En esas
fracciones de segundo, antes de mirar hacia arriba, que era el único
movimiento que podía hacer, pasó por mi mente que en una de las
pocas cosas que coincidíamos, era en que a mí también me gustaban
las galerías. La luz había desaparecido y pensé que me estaban
dando sepultura, echándome la tierra encima. Tierra que me parecía
muy poco leve en aquella situación.
Con
los nervios del pasar de los segundos y el sonido que se acerca,
decidí protegerme la cabeza con mis manos y brazos que salieron
lastimados de la brusca operación de ponerlos sobre la cabeza. Tenía
el codo derecho desollado y el izquierdo sangrante pero mejor. Varios
rasguños sanguinolentos me recorrían los brazos y el hombro me
avisaba de un dolor muy poco subjetivo. Todo sucedió en diez
fracciones de segundo, mi aullido de dolor, los golpes que eran
inminentes, la sangre manchada con tierra, un rojo y negro muy
pictórico para lo que me cayó encima.
'Mikel
Gurea Zaizu Euskalerria'
No
me hizo daño, fue más bien un golpe acolchado sobre la palma de mi
mano que protegía mi cabeza, en jarras sobre ella. Lo que palpé me
hizo llorar de pena, de angustia y me erizó todos los pelos de mi
cuerpo en un recorrido completo hasta sentir la raíz y sus puntas.
Raíces, galerías, lombrices, cadenas, lloraba y lloraba sin parar.
Creía tener en mi mano una de las medallas de Done Mikael
Aingerua que le regalé a Pepe y a Paco tras un peregrinaje
genealógico a Aralar. Cerré la mano con fuerza.
Mi
posición era idéntica a la del Señor de las Milicias Celestiales,
con las manos sobre la cabeza. En aquellos momentos no me hubiese
importado llevar sobre ellas una cruz si hubiese podido estar vagando
por la Sierra de Aralar en busca del dragón.
Esa
medalla la lanzó mi amigo Pepe al pozo que se encuentra en el fondo de la
cámara del Dólmen de Menga, sepulcro megalítico de galería
cubierta único entre otras cosas por ese pozo. Las lágrimas caían
más despacio, como si ya hubiese llorado bastante. Yo estaba allí
cuando la lanzó en señal de unión eterna y ahora estoy aquí
recibiéndola, como si estuviese muerto en el otro lado. Las manchas
de sangre dejadas por mis heridas son como los grabados antropomorfos
de la cueva en forma de cruz y estrellas. Lloro de nuevo. Derrotado.
Estoy en comunicación contigo pero no sé que quieres decirme.
La cueva orientada a La Peña de Los Enamorados, la Fuente de Los Amorcillos, los angelitos desnudos, los pececillos. Está lloviznando, como un zirimiri andaluz, y eso me anima a pensar que hay salida por arriba.
'Ya
le he dado uso a tu bolsa para que se sienta viva,
pero
no es el mismo traqueteo de idas y venidas,
cargada
de comida y regalos, verdadero continuo en tu vida.'
El
agradable frescor del agua cayendo me despierta y mirando hacia
arriba veo como si hubiese una regadera encima, venga a regar y
regar, con las gotas de agua cayendo frenetizadas por la gravedad. Me
veo como si estuviese en una maceta y me acuerdo de las raíces, las
galerías y las lombrices. Me siento como una semilla tierna a punto
de germinar, con las manos hincadas ya en la tierra mojada. A un
ritmo de compás voy escarbando una primera capa de terruño
pedregoso, que da paso a un sustrato vegetal muy rico en nutrientes,
negruzco y muy ligero para retirarlo. Me decidí a excavar una
galería que me sacara de allí, como hace una tuneladora cuando
entra por donde no hay entrada hasta salir por el otro lado.
Enseguida
estoy semienterrado en mi propio destino como un topo dispuesto a
avanzar en busca de alguna raíz que le proporcione una subida a la
superficie o de alguna cavidad oxigenada para descansar y alimentarse
cuando empiezo a notar que se va la luz, no de golpe, sino como danza
el ocaso del sol hasta esconderse, de manera alineada. La oscuridad
premoniza un devenir noctámbulo, y en los caminos de la noche todos
los ruidos son tenebrosos. Cuando miré hacia arriba, me pareció que
estaban tapando el pozo, pues la luz se desdibujaba nitidamente de
izquierda a derecha y de abajo a arriba, no como hace 'el sol que nos
alumbra' cuando se esconde, sino como un filtro que va tapando
lentamente la luz del fotógrafo. La oscuridad de la tierra es
diferente a la oscuridad celestial.
La
frustración me hace golpear la tierra y zapateándola con rabia
provoco que ceda el suelo. Con el susto que causa en el equilibrio no
mantenerse firme donde sostenerse, voy cayendo por el vacío hasta
chapotear en unas aguas subterráneas. Agua helada con aromas
minerales. Trago agua sin sed en mi tránsito por el freático y
ahora oigo los ruidos del líquido en su erosión vibrante. Percibo
las moléculas batiéndose en reacción como cuando una naranja se
extruja para sacar su elixir licuado. Ahora floto velozmente a
expensas del discurrir del venero verdadero, el que esconde mis
verdades de mí mismo, el que me encamina a mi propio destino.
'Él
mismo, por sí mismo unicamente,
eternamente
uno, y solo'
Platón
Me
encuentro a mi mismo flotando circularmente en un calmado estanque
subterráneo. El giro que me provoca la inercia del agua va siempre
hacia la derecha porque a mi izquierda está la llegada del cauce en
cascada hasta aquí. Ahora los sonidos del agua son sugerentes,
melodiosos, y descubro entre estos placeres que encuentro, que el
agujero sigue allí arriba con su luz moviéndose pausadamente, como
hace un reloj cuando no quiere que pasen las horas. Ahora mirando
hacia arriba, imagino ese agujero como el orificio de evacuación de
la maceta con aquel sustrato vegetal tan familiar y como la
escorrentía del sobrante del agua me había transportado a donde va
el agua. Hacia abajo.
El
frio empieza a dominar mi cuerpo y escudriñando la mirada descubro
que es un lago interior, dentro de la caverna. Me aproximo a la
orilla con un nado de pato perdido pues el agua es negra y los fondos
resbaladizos. Subo como puedo a una estalagmita para divisar lo que
hay más allá de toda esta selva de piedra vertical. Miles de
soportes, columnas, atrios, salientes y galerias se abren ante mi
mirada, y el orificio desde la altura que de nuevo aparece iluminado
por la luz. Recuerdo ahora aquel eclipse lunar total que disfrutamos
desnudos en el Monte Coronado. Acontecimientos naturales que siguen
inspirando nuestra atracción, que siguen inundando de magia nuestras
vidas. Con positividad respiré hondo decidido a avanzar, atrás
quedaban las macetas y los estanques, hacia delante las
posibilidades. Mi primera impresión fue avanzar hacia la elevación
más cercana a la luz, pero cuanto más me acercaba yo, más se
alejaba ella por lo que desistí en cuanto comprendí el sinsentido.
Ninguna arista me iba a llevar hasta allí. Sin embargo, la luz es la referencia,
nunca hay que perderla de vista.
Sorteando
columnas y desniveles fui avanzando hacia no se sabe donde, pero
decidido a no permanecer parado. Conforme caminaba entre
pensamientos, el magnetismo de la tierra marcaba mi norte y mis pasos
lo seguían como si de una brújula se tratase. Fui así sorteando el
centro de la tierra por galerias, salas y chimeneas, y a cada paso
que daba una maravilla asombraba mi intelecto. El tránsito se hizo
así de agradable en un tiempo que no se si corría o se abstraía.
De repente, mis pasos pararon y mi último asombro fue descubrir que
mi perseverancia me llevo a la salida de la cueva, aquel agujerito
que siempre me resultó inalcanzable, se abría al exterior ante mi.
Corrí apresurado hacia la luz y con mis brazos en angulo recto,
saludé a la vida con los ojos cerrados. Bosque. Trinos. Luz.
'Al
fin y al cabo, el viejo tenía razón:
Vivimos
en un mundo en el que nadie escucha'
Bajaba
corriendo a tumba abierta, a trompicones. Yo no hacía más que
bajar. No podría decir cómo, pero a trompicones con una velocidad
atropellada, bajaba y bajaba entre laderas florecidas hacia la
espesura del bosque. Así, se puede amar la vida, como cuando corres
en busca de la persona amada para que te balancee en sus abrazos. La
vida es un beso de luz fiel.
Y
el túpido robledal al que llegué me recibió con el alboroto que
procura la vida del bosque. Un barullo de murmuros, rumores y
conversaciones simultáneas acompasaban el golpetazo que me dieron en
el hombro derecho, aún dolorido.
-
Chiquillo, que te has quedado dormido o qué? Que tu voto decide.
Yo
con una hoja de roble en la mano y la mirada perdida en mis
pensamientos, recordé lo que Pepe decía de ese rincón, y tal como
lo recordé lo espeté ante los vecinos:
-
Sólo le falta la cama
Y
es que en el Corralón de Romerales se estaba celebrando una
asamblea para decidir si se destruía un rincón que había sido el
alma del patio por la sombra del roble que lo presidía, con un pozo
encalado a sus pies, engalanado de preciosas macetas de flores. Los
vecinos estupefactos por mi intervención me miraban aún extrañados
por lo que había dicho de la cama, hasta que el presidente, que era
quien promovía el punto del orden del día me espetó:
-
¿Qué has dicho?
-
Lo que habéis oído, bajo este roble de medio siglo ha habido muchos
amoríos visibles e invisibles, muchas charlas de vecinos y juegos
de nuestros niños. Muchos os habéis surtido de lombrices para la pesca. Apoyados en ese pozo hemos cantado y bailado a
la alegría, juntos y separados. Nos hemos refugiado en su sombra y
protegido de las lluvias. No sé puede decir ahora que el árbol ha
crecido mucho y que el trinar de los pájaros ya resulta molesto. Es
hipócrita decir que ocupa mucho espacio que podía utilizarse para
que los niños jueguen, cuando antes habéis prohibido jugar a
pelota, circular en bicicleta y hasta correr. Creo
que se debe conservar ese espacio para el disfrute de todos. Justo
como hasta ahora.
Y mientras los vecinos daban palmas de alegría una lágrima escapaba de mí hasta estrellarse contra el suelo.
A
Pepe Papandola, el hombre que plantó el roble para comer bellotas
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