domingo, 23 de julio de 2017

[2] La herramienta

'Anónimo, luchador,
nunca tendrán, las armas la razón,
pero cuando se aprende, a llorar por algo,
también se aprende, a defenderlo'
Barricada


El camino de vuelta transcurrió en calma. Tal como había supuesto Glazezón, la guardia civil hizo acto de presencia con dos vehículos cargados que subían a toda prisa hacia las colinas de Puertollano. Yo los divisaba desde el frente en todo su recorrido. Pude verlos entrar por el carril de la Presa del Agujero y como serpenteaban a toda velocidad sus curvas por el camino real de la torre. Uno de los furgones paró a la altura de la Garganta del Lobo y el otro siguió levantando polvo en su precipitada marcha hacia arriba. Ahora veía el tablero desde las alturas del otro lado del cauce y veía la gran jugada de Glazezón. Mientras los arrastraba tras él por el arroyo del Pintado hacia Málaga, yo salía fuera del alcance de la batida, que iba desde Arroyo Barranco donde habían detenido a Clavajar y Menorte hasta donde lograsen alcanzarle a él. Todo en la otra ladera. Cada vez tenía más clara la lucidez de este hombre. Por otro lado, exhausto por la precipitada ascensión, pensaba preocupado que tantas fuerzas no se mueven en balde. 

Repasando todo lo que me había contado, me resonaba el término herramienta de tal forma, que pensaba que se me olvidaría todo lo demás. Intenté dividir mentalmente la información, la relativa a lo sucedido, los vaivenes organizativos del sindicato, la unificación de la guerrilla, la quebrada esperanza en una intervención internacional tras la victoria aliada y por último, la nueva situación con los enlaces detenidos y el misterioso contenido del bulto que llevaba a mis espaldas. La comida había perdido mi interés. Ahora me excitaba saber si lo que llevaba a cuestas era un arma. Estuve varias veces tentado de abrirlo.


También me sobrevino una y otra vez la cálida acogida de Glazezón. Los abrazos y besos con los que me recibió me resultaron excesivos para no habernos tratado. Me habló de mi abuelo como si él lo conociese muy bien. Me sentí muy reconfortado por su actitud y sus palabras de aprecio. Junto al enorme deseo de descubrir el contenido del paquete me retumbaban las advertencias: Mira, este bulto tiene que llegar intacto allá donde estáis, tal y como yo te lo entrego. Hazlo por tu abuelo...

Tomé la última referencia de lo que ocurría en la ladera de Puertollano antes de meterme al abrigo de los pinares para seguir hacia el Cerro de Mallén por el arroyo de las Moratas y Jotrón. Habían comenzado la batida. Unos desde arriba, y otros desde abajo. No conseguía localizar a ninguno de los arrieros, pero dí por hecho que las sueltas iban a ser localizadas. Seguí presuroso mi camino. El sol estaba en su plenitud y la sombra del pinar me supuso un descanso sin parar mi marcha. Ahora andaba imaginando la herramienta rondando por el interior del paquete, compartiendo espacios con la comida y las medicinas. La supuse envuelta en un paño para no dañar los envases de penicilina. El bulto iba bien compactado.

El camino no se me hizo difícil hasta la llegada a Jotrón. Allí el paso a Pocopán y Chaperas estaba muy transitado. Tuve que esperar a que pasasen las gentes que andaban en sus faenas diarias para que no me viesen. Allí sentado, con el bulto a mis pies, y tentado de abrirlo como nunca antes me había tentado nada, observé la buena preparación del paquete, listo para ser soltado en cualquier imprevisto sin que se abra. Una buena tela en tonos verdes y pardos, ensogada a una cuerda de grosor mediano que es la que compacta el paquete y que puede usarse para su transporte en bandolera. Las telas van cerradas en nudos independientes para las sueltas, siendo la tela exterior la que cierra el paquete con un nudo característico del tamaño de una palma para llevarlo cómodamente sobre los hombros alternando las dos manos. Ahora me preguntaba, ¿quién dedicaba todo su esmero en hacer estos paquetes? Estaba asombrado por el nivel de perfeccionamiento. Cuanta carga perdida por el camino para saber cómo hacer un paquete que llegue a nuestras manos ante todos los avatares posibles y que llegue con esta firmeza. Poco a poco, sin querer, renunciaba a la idea de abrir el bulto.

Cuando alcancé la bifurcación hacia Cerro Mallén ya era media tarde. Hacia el norte se divisaba ya la Majada del Rayo, donde se localizaba la cortijada. A medio camino del cerro se encontraba el Peñón del Fraile, una roca saliente con muy buenas vistas de las dos laderas de Mallén, la de Colmenar y el Tajo de Hornillos, y la cara contraria a Casabermeja y el cauce del Guadalmedina. Además estaba a escasas tres horas de carga de la Torre por el arroyo de Hornillos, uno de nuestros puntos de supervisión. A buen ritmo, podía estar en el primer punto convenido al anochecer. Y continué la marcha deseando llegar, con la serenidad que proporciona haber cumplido el objetivo.

Llegué con el ocaso del sol, por el lado del chaparral, al abrigo de las miradas. Ululé varias veces mientras me acercaba tranquilo. Nuestro mayor peligro eran los encuentros. Ululé hasta que una piedra cayó cerca de mí, indicándome el sitio donde debía esperar con la carga. Se oyeron hasta cinco ululos más, salpicados por minutos en posiciones circundantes, advirtiendo que cada puesto estaba en calma. Poco a poco fueron llegando los cinco, Pedro Jimenez García 'el Peluso', Salvador Fernandez Campoy 'el Practicante', Antonio Cano Ortiz, mi padre del que no desvelaré por el momento el nombre y Luis Frias Ramos 'el Orejas'. Todos me saludaron efusivamente menos mi padre, que miraba con autoridad el bulto que yacía en el suelo. Antonio Cano se agachó a cogerlo y tras mirar los nudos dijo: está intacto, mientras sopesaba su contenido. Ahora mi padre se me acercó y me dijo: Dame un abrazo, y nos fundimos en un abrazo de orgullo. Yo conté atropelladamente todo, como llegué, lo que ocurrió, como salí, lo que me contó Glazezón. Mi padre miró al Peluso que, con una mirada atravesada le dio la espalda recriminándole algo, mientras se ponía a andar a la voz de en marcha. Salimos de allí al abrigo de las sombras, y cuando miré a mi padre a la cara, vi las sombras en sus ojos.

Como si de un ritual se tratara, el Practicante cortó la cuerda por un sitio concreto para tener el mayor largo de cuerda posible y repartió los bultos entre todos para que fuesen abriéndolos. Recogió la tela bien doblada, puso a buen recaudo las escasas medicinas, y antes de repartir las hogazas de pan con chacina le pasó un cilindro de cartón a mi padre. A mí me dio ración doble, y me dijo pocos son los que aguantan sin abrir el bulto. Yo miraba los bultos en busca del arma, extrañado por su ausencia. Cuando me acercaban la bota de vino, mi padre se opuso a que bebiésemos diciendo vamos a llenar el buche que ya habrá tiempo de celebrar cuando acabemos de hablar. Se sentó a mi lado, apoyando las espaldas sobre las paredes de la cueva y cortando un tajo de tocino me dijo come tranquilo que ahora nos contarás con mucha calma toda la historia otra vez. Luego iremos preguntando cada uno lo que nos interese para que precises más la información. No se trata de contar una historia que nos alabe, se trata de interpretar lo que ha pasado y en que nos influye. Miró de nuevo al Peluso para hacer más consensuada su decisión, que ahora se apoyaba en el Orejas para hacer más sólido el rechazo.

Cuando acabé de contarlo todo, rememorando todo lo que había pasado cronológicamente, se produjo un murmullo de dudas, haciéndose corrillos con los episodios más polémicos. Mi padre puso en medio de la reunión el cilindro de cartón que daba evidencias de ser papel para distraer el protagonismo negativo dado a Glazezón en el corrillo. Comentó que la mejor forma de concentrarse es ir por partes. Aclararemos primero qué es la herramienta, y luego vemos lo sucedido en el encuentro. Miró uno por uno a todos los hombres que iban asintiendo en sus turnos. Nadie objeto nada, pero el Peluso mantuvo una mirada de amenaza latente.

El interior del cilindro estaba relleno por unas cuartillas clasificadas. Lo que más nos llamó la atención fue el tampón del Comité Nacional de la CNT lo que provocó mucha más expectación en el grupo. Se trataba de asuntos orgánicos. Ese simple tampón tintado ofrecía más esperanzas de las que hasta ahora habíamos tenido, pues nos batíamos en una franja de terreno más o menos extensa, sin conexión exterior, sin apoyo de la organización y con rumores que nunca se podían confirmar. Estábamos aislados en el monte, resistiendo solo para subsistir. Las esperanzas se iban agotando con las noticias que llegaban. Hambre, muertes, presidios, exilio, delaciones. Continuábamos, por la inercia que deja la dignidad en las personas que no quieren perderla. Nada más.


Son instrucciones de claves del Comité Nacional encuadernadas en cartulina y pinzados de plomo. El documento no está datado y contiene instrucciones generales para su uso, breve orientación del sistema de claves, listado de claves organizados en 6 secciones: Ambiente General, Ambiente Propio, Defensa, Guerrilleros, Organización y Varios. En tinta roja como tiene que leerse, en tinta violeta como tiene que escribirse. Mi padre no daba crédito, parecía un intento de reorganización de los comités clandestinos. Enseguida entró a funcionar en modo orgánico, como si una parte de él hubiese vivido para eso. Pasó el documento al Peluso mientras cogía una carta abierta de un tal Rey (el nombre no era muy legible) sin destinatario y sin fecha. Trataba de experiencias carcelarias y de orgánica. Sobre un pleno al que Málaga no acude y se pide explicaciones. Leyó en voz alta mirando al grupo: Pregunta por Ardila. Y se hizo un silencio. Parece ser una carta entregada en mano mediante intermediario, ya que en el reverso del sobre se lee la inscripción: 'El compañero portador de la presente es de absoluta confianza, conocido además de R. y de S.'. Dentro del sobre dos papelillos de fumar con lo que parecían lugares de apoyo y contraseñas.
Uno dice: 'Venía a ver si tenía harina' Dolores Martín. Luciano Martinez, 3  Málaga
Y el otro: 'Quiero pagar lo pedido a cuenta' Ultramarinos Faustino. Calle Mármoles, 14 Málaga

El corrillo del Peluso y el Orejas, acogía ya al Practicante también, que abrazaba la teoría del delator como la salida más segura a sus intenciones. El Peluso arremetía contra el Glazezón con una inusitada violencia verbal, y lo presentaba como el culpable de la caída de Clavajar y Menorte, para quitarlos de en medio. Aludía que no se le conocía afiliación política y era de sobras conocido en las romerías de la virgen del carmen, además de otras cosas de curas. Habló de su familia como privilegiados y aunque no se les conociese adhesión al régimen tampoco se les adivinaba repulsión. En definitiva, lo presentaba como un don nadie, ignorante y beatón.

El Peluso hablaba sin parar, con un tono agresivo: Como se va a presentar de buenas a primeras a hacer de enlace cuando nadie lo ha acreditado. Preguntarle a Ardila y a los demás de los Grupos de Guerrilleros de Resistencia como les sienta lo de Menorte. Lo quitan del medio junto a Clavajar, otro de los nuestros, y nos arrejuntan a un pelele de un terreno vecino para que empiece a desmantelar al grupo. De repente, y sin saber más, el Glazezón nos trae un jeroglífico orgánico, unas promesas y direcciones de contacto, y venga... a empezar la pesca. ¿De dónde ha sacado el Glazezón esos documentos? ¿Porqué traía él la herramienta? Es que no os dais cuenta... que es una estratagema de la Comandancia. Nos ponen un anzuelo orgánico y allí van los lucios confederales a morir. Además, exigen al menos dos pescados para el próximo encuentro... para que el día de pesca les sea fructífero.

La situación era tensa, y la teoría de la delación parecía tomar fuerza en nuestra imaginación. Presentada así, podía parecer creíble. Intervine diciendo: El Glazezón dijo que Clavajar llevaba las cartas y yo la herramienta. También habló de la buena idea de Menorte de dividir la carga ante imprevistos. Parece que las cartas contienen información codificada que tendríamos que conocer antes de entrar en otros debates.

Ya veo que a tí te ha encandilado, decía con sorna el Orejas mientras me presentaba gestualmente como a un tonto enamorado. Lo viste en el río como su madre lo trajo al mundo y ahora sueñas con sus 'atributos'...y reía a carcajadas buscando el apoyo del Peluso. Antes de que mi padre pudiese decir algo, me adelanté dos pasos enfrentándome a ellos y dije muy seguro de mi mismo: Yo me refería a la grandeza de sus atributos humanos... y una sonora carcajada retumbó en la cueva arrastrando a todos a una risa hilarante. A todos menos al Cano que pensaba abstraído y a mi padre, que aguantaba el tipo con dificultad, con el entrecejo fruncido sin dejar de mirar con ira al Peluso.

El Glazezón es un invertido, que incita a jóvenes y no tan jóvenes con su descomunal aparato para que lo sodomicen. Ya ha protagonizado varios escándalos en las maragatas y las ferias, justo cuando el vino hace correr la pasión, dijo el Peluso mientras miraba a mi padre para que asintiera. Yo observé como mi padre no asintió, pero tampoco lo desdijo.

Me sentí tan dolido en mi cándida adolescencia que repliqué temerariamente: yo soy el enlace, yo soy el único que dispongo de la contraseña, y el encuentro se va a producir la próxima luna nueva. A mi me ha parecido un hombre formal, decente y me ha ofrecido una valiosa ayuda. Iré bajo mi cuenta y riesgo. No miré a mi padre en busca de una aceptación que no me iba a dar, sino desafiante, reivindicando mi madurez y mis primeros criterios. Mientras salía a tomar el aire al exterior, ya era consciente de que esa salida temperamental era inviable pues ponía en serio peligro al grupo. Fue entonces cuando me giré y dije en voz seca: La clave está en Clavajar. Y en lo que haya pasado con las cartas. Y me acerqué a un claro desde donde se podían observar las estrellas para que me ayudarán a aclarar mis percepciones.

A Clavajar Plotoril