martes, 23 de enero de 2018

Sabiduría del llanto

A Jiricek Kolecek



Uno es su muchedumbre de arroyuelos
en esa inundación incontenible
que desde oscuros cielos milenarios
tormentosa nos llueve.

Uno es su muchedumbre de arroyuelos.
Mas hay un raro dique en la garganta.

Uno balbuce hablar para romperlo
en palpitantes astros y gemidos.
Pero qué puede hacer una voz sola.
Nos suena tan celestemente vaga,
tan de lejana tierra,
como si la robara una ansia ajena
que se nos lleva nuestros propios sueños.

Uno es su muchedumbre de arroyuelos
con ese extraño dique en la garganta.

A veces, lo sentimos tan hermano
que se nos hacen claros los sollozos.
Comprendemos el llanto.

Fabian Dobles


sábado, 13 de enero de 2018

Sangre en la ventana





Miraba en la ventana
el lugar que termina a un hombre solo,
miraba el grito, el muro,
la sombra del coraje ametrallado...
Y luego en los sucesos,
en los muchos sucesos de aquel tiempo,
su imagen incompleta
prevalecía en la memoria

                                       Carlos Barral



sábado, 6 de enero de 2018

Muerte sin fin (1939)

I

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis,
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí -ahíto- me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
-más resabio de sal o albor de cúmulo-
que sola prisa de acosada espuma.

No obstante -oh paradoja- constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.

En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota a gota,
marchito el tropo de espuma en la garganta
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando ya una sed de hielo justo!

¡Más que vaso -también- más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinde así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de cándidas prisiones!

José Gorostiza